Había una vez un día en el cual la humildad se rompe, entre los 38 y los 54 años. Sucede de repente, como si un niño incauto arrojase una piedra contra un vidrio. Estallan los pedazos afilados, caen adentro y fuera de la casa. El niño corre, ya nadie lo ve. Su aliento agitado queda suspendido en el aire pero no hay testigos. Del lado de adentro un gato se pincha la patita por curioso y se la lame. Al llegar los dueños de casa lo declararán culpable, pues no hallarán la piedra.
Así es que de repente, decidimos tomar partido por razones menores. El gato, la piedra, el niño: Todo deja de importar y se desvanece. A través del agujero punzante de la ventana un torbellino de viejos vientos se levanta. No habrá cuidados extra debido a las astillas.
Días, meses después, poco se habla del tema. Pero el gato sigue un tanto rengo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario