8.11.12

Explicaciones no solicitadas Nro. 95.038.905


Cuando me enteré de que iba a tener una nena, por un lado, me alegré, porque queríamos una nena. Por otro lado, también pensé: "Pobre hija, venir a este mundo regido según los hombres1" . Ahora, que ya han pasado casi dos meses desde que nació, y habiendo atravesado el embarazo y el parto, solamente me alegro.

Porque ser mujer es algo increíble. Si mañana me despertase -por obra de un genio maligno- convertida en hombre, sentiría una gran desazón2. No se trata solo de la capacidad de llevar adentro una vida y gestarla. Se trata del proceso. Tener un ser nuevo adentro, formarlo y que sea carne de tu carne, que salga y que se siga alimentando de vos, creciendo a paso rápido y que sea sangre de tu leche. Toda, hasta el último milímetro de su cuerpo. Y por otro lado, saber que la propia vida se ha roto para siempre, se abrió al medio (como en la cesárea).

Ya nunca volveré a ser la de antes. Adiós a como fui, ya nunca más me veo. Y ese tiempo, que media entre lo viejo y lo que vendrá, ese tiempo que algunos empequeñecen llamándolo depresión post-parto o puerperio. Ese tiempo, en donde se percibe con claridad la estructura de ficción de las relaciones que sostenemos. Algunas se descubren más enraizadas, otras, pordondeselasmire, tambaleantes. Ese espacio, en donde las ruinas se contemplan hasta que amanece, en donde cae el velo y se sabe que la realidad no era lo era, o mejor dicho: que ya no alcanza. Esa instancia, en donde una mujer puede encontrarse con el súmmum de la incomprensión y arrojada a la existencia, con la responsabilidad por la vida de su cría bajo el brazo. Es dolorosa y triunfal a la vez. La muerte es la resurrección, esa muerte es una gloria. Esta percepción, esta sabiduría, no habita en las ideas, habita en la carne, en la leche, en el cuerpo compartido y donado. Allí, saber y cuerpo no son opuestos. Es una conclusión de apertura que se gesta piel adentro.



Llora mi hija y mana de mí su alimento. No miro el reloj ni cuento las horas. Una punzada en el pecho me lo avisa unos segundos antes.
Amanece una sonrisa de labios pequeños.






Notas
1. Y con respecto a eso pensé: "Qué embole".
2. Siendo éste mi fragmento de verdad, acepto la existencia de otros fragmentos. Entre sí, no se menoscaban.

2 comentarios:

Juana dijo...

celebro tus palabras en mis emociones! gracias mujer!

Principito dijo...

Genial texto.
(Si yo fuera madre escribiría así?)